YO VI CAER LAS PUERTAS

DE UN REINO

Caracas 2003

Por Tarek William Saab

En los ojos negros de Yibram, mi hijo de 5 años, algunas noches me devuelvo a los sabanales donde nací y crecí: de pronto soy un escapado a los ríos de mi infancia, plena de pequeñas aventuras; marcadas al borde de un paisaje crepuscular, ignoto, reservado a ese fulgor trágico y apacible de la Mesa de Guanipa. Allí, el paso a pie hacia la escuela, me deparaba de regreso algún hallazgo: la caravana de laboriosas hormigas que mecían el cuerpo de un grillo, sucedían a las calles lluviosas donde flotábamos en el invierno; o a las caimaneras de fútbol o beisbol en los arenales de ‘Campo Oficina’, lugar de imponentes árboles que trepábamos simulando juegos de guerra, a la orilla del Caris, del Tigre, de Boca El Pao, nuestros Eufrates para emerger casi salvo y triste de los amores tempranos e imposibles, semejante a una flauta de madera o al final de la película Melody , de la cual conservo un opaco destello.

Conversos

A la mesa infame de quien personificaba la corrupción y el latrocinio, fueron a sentarse luego del estremecimiento del 4 de febrero de 1992, un grupo representativo de nuestros intelectuales: mientras nosotros en la calle asumíamos la defensa pública de los alzados en armas y recibíamos dignamente la ración de castigo que nos merecíamos: ellos juraban ante CAP su compromiso con la ‘democracia’, allí destacaba entre todos el icono de los conversos actuales, tatuado por su alter ego (M.C-hemezé) ejemplo vivo del moderno celestinaje betancuriano: sí, el mismo Manuel Caballero, quien posteriormente al levantamiento del 4-F (luego de darle el besamanos correspondiente a CAP), calificó a los militares bolivarianos de ‘felones, traidores a su juramento’ y quien converso al fin recientemente no tuvo reparos de protagonizar y ser maestro de ceremonias en el famélico acto de ‘intelectuales’ en apoyo a uno de los comandantes del 4-F, devenido en fallido candidato presidencial: así es el talante movedizo de quienes imploran a la oligarquía le sean aceptados el certificado de quiebra moral e ideológica que hoy detentan.
A las márgenes de esa inteligencia mendicante, en la Venezuela de hoy, existen subterráneamente unas individualidades dispersas (sin planes ni cohesión que los agrupe) que tarde o temprano tendrán el imperioso deber de encarnar, en nombre de una minoría intelectual comprometida: un programa común macerado en la épica cotidiana del movimiento popular y revolucionario que lidera el comandante Chávez. Ese núcleo al que hago referencia, será legitimado ante el pueblo si llega a ser capaz de orientar el proceso de transformación histórica que vivimos; y en lo inmediato, si logra fracturar la cultura elitista reciclada (reciclada, impunemente por la misma gerencia formada décadas atrás al amparo de la docilidad y el reptilismo palaciego), implosionar su mal oliente vigencia ante un público que en el momento más inesperado les arrebatará las máscaras, hasta agrupar en su entorno a los más decididos a ocupar un espacio que por relevo generacional y trayectoria de combate ahora, por fin les pertenece. Una forja de ese linaje, será la única capaz de arrasar con esos seudoideólogos de la izquierda permitida que abrió los años sesenta y que luego a la sombra de gobiernos adecos y copeyanos devinieron en flamantes funcionarios culturales de aquellos regímenes neoliberales.

La paz del hogar

Mi primaria fue en el Colegio Simón Bolívar, escuela fundada por un español republicano que a sus 70 años nadaba 2 horas diarias. Eran extraordinarias las clases de geografía universal que el propio ‘maestro Félix’, nacido creo en La Mancha, nos daba en las tardes; con un fino trozo de caoba pulida recorríamos un impresionante globo terráqueo, pasábamos de América a Oceanía, a las capitales del mundo, a grandes mares y océanos hasta perdernos en nuestra breve finitud. Quería en secreto a mi maestra de 4º grado, quien usaba un peinado de bailarina de flamenco en medio de un rostro lunar, pensando en ella me detuve como siempre lo hacía de regreso del colegio en el aparador de la librería Txiki, me gustaba ver las portadas de los libros y ese día, teniendo apenas 9 años conocí la famosa efigie del Che Guevara: la imagen del guerrillero heroico supuso a pesar de mi precocidad, un abrupto hallazgo del cual no me pude apartar, ello en el entendido que la lectura de ese folleto Protesta (al costo de un bolívar y que imprimía una editorial cristiana), me inició muy temprano en una serie de biografías que eran consecuencia de esa primigenia fuente… fue como entrar a un tobogán y caer de pronto en una zona llena de iluminaciones: la lucha armada, la revolución, los poetas, el amor, los misterios de lo que soñamos y nunca será, los personajes de Hesse, de Gibran, de Nietzche, los viajes, todo de repente para alguien que comenzaba a crecer y a desprenderse lentamente de la paz del hogar.

Poesía con alma

El destino es una trama que forma parte de los grandes dominios universales, atado al madero de la vida y la muerte, ilusiono que nacemos predestinados e irrepetibles, por ello ninguno de nuestros ‘descubrimientos’ son obras del azar. Para mis compañeros de infancia el liceo era rebanarse los sesos por resolver ejercicios de Matemáticas o de Química o Física para mí bien temprano, desde los 12 años y a través de las asambleas estudiantiles fue ser delegado de curso al comienzo y posteriormente, presidente del centro de estudiantes del Briceño Méndez, del comité de bachilleres sin cupo de la ULA, de la dirigencia nacional estudiantil del Partido de la Revolución Venezolana (PRV)… paralelo a nuevos desencuentros, amargas decepciones y rivalidades también sellada una suerte el de forjar un camino propio que fui acoplando solo vorazmente en los textos y en las acciones de calle: el Manifiesto de Iracara, ‘el punto crítico la acción motora síntesis, la ruptura creadora y la honda huella’, la ‘insurrección combinada’, los ‘Movimientos de los poderes creadores del pueblo, Aquiles Nazoa’, … una mística, todo un sendero recorrido que no quiere precipitarse ante el endeble paso de los años, siempre fiel a un instinto que se reconoce en la entereza de tener la más grande de las certidumbres: el de vivir la poesía como un estado superior del espíritu, el exclusivo lugar del infinito, esa isla donde soy el mismo que no desfallece a pesar de saber que no conquistaré sino una microscópica parte de aquellas y estas imaginaciones, un algo que persiste a pesar de los días como una brasa inquebrantable en medio de la alta hoguera, de pie contra la oscuridad.

Ciudades en el corazón

La memoria es una precipitación, horas tenues como una frágil llovizna, o intempestiva hasta derribarnos parecidos a los pájaros que caen desvanecidos en la inmensidad del mar. Sentados con la cabeza inclinada bajo la madera, somos las dunas que el desierto reproduce, la media luna de las primigenias civilizaciones, el cielo a veces brillante como un horizonte en llamas o gris de melancolía; presintiendo el regreso de las ciudades estado, las fogatas a la orilla del río, la pesca, el arado, el renacimiento de una espiritualidad que no quiere ser vista a los ojos de nadie como una nueva religión. Ir así a Praga y ser una estación al final de la primavera; a Bagdad, mitad gloria mitad imposible entre todos los hombres; a Sirte, detrás del golfo que la salva de la muerte; a Argel, todavía olorosa a un clima inmemorial; a Amsterdam, cubierta por la brisa fresca de las hojas caídas en los parques; a Milán, más verde dentro de la campiña del corazón; a Molina, lugar de regreso donde vuelven a partir los trenes; a Tanger, cercada por los blancos tendederos del enigma; a Yanta, detrás de las solas montañas donde resplandece; a la franja de Gaza, siempre altiva nunca posible a la rendición; a las islas del Caribe, más allá del azul de los puentes; a los horizontes que el alma guarda mientras pasan los días infelices; a los inenarrables paisajes que sobrepasan el tiempo histórico, éste que nos devuelve como una corazonada postergada para siempre por los extremos de la desolación.

Castaño y el mapa de los derechos humanos

Pudiera morir mañana… flotando en la profundidad que antecede al olvido, incomprendido; finalmente rodeado por un círculo de intrigas y envidias, prestas al hachazo y la desvergüenza… El siglo XX, sin embargo, será, estoy seguro, el tiempo de las más grandes realizaciones en derechos humanos: ello a pesar del nacimiento periódico de psicópatas como el colombiano Carlos Castaño, jefe (intocable por el gobierno de ese país) de los cobardes escuadrones de la muerte, de forma rosa conocidos allá con el remoquete de ‘paramilitares’; las hazañas de Castaño y sus hombres son harto conocidas, llegan a lugares donde existan o no existan bases campesinas de apoyo a la guerrilla colombiana y comienzan su labor de exterminio ante la mirada y la anuencia cómplice del Estado neogranadino, especialmente de sus FF.AA.: matar animales domésticos, bestias de carga, descuartizar con motosierras los cuerpos de la población civil desarmada, quemarle sus casas, violar mujeres; en fin, desarrollar las peores prácticas violatorias a la dignidad humana, no parecen bastarles ni al Departamento de Estado norteamericano ni a Pastrana, para ponerle fin a la impunidad de esta banda de asesinos a sueldo que ya en una oportunidad amenazaron de muerte al presidente Chávez y declararon por boca de su ‘líder’, con iniciar una escalada de atentados en territorio venezolano. Mientras tanto y a la semejanza de uno de esos sets mediocres de Rambo, Castaño concede entrevistas televisivas donde reconoce que el 90% de sus ingresos provienen del narcotráfico, también ha referido públicamente que el Gobierno tiene desde hace tres años las listas de los empresarios ricos que lo apoyan económicamente y que incluso él es uno de los más entusiastas promotores del Plan Colombia: un plan cuyo componente militar y bacteriológico, tiene en guardia a los más tenaces defensores de los derechos humanos de la región, los mismos que han denunciado al ejército y a la policía colombiana de cometer las peores atrocidades en nombre de una lucha de contrainsurgencia, es decir, del terrorismo de Estado; ello explica entonces por qué los matones de Castaño se mueven como ha sido denunciado tantas veces con la aquiescencia y la ayuda de las autoridades colombianas, las que hasta la fecha cuando son consultadas sobre el tema del paramilitarismo, voltean y permanecen petrificadas como las estatuas de sal.

Con el hacha de los santos

Escribir como Dalton, fusilado por las manos de sus propios compañeros, o como Eduardo Sifontes, en Rituales, quien luego de su paso por La Pica moriría de cáncer en los huesos. Así escribía mientras el profesor de Física me explicaba los orígenes de la Teoría Cuántica, miraba el bosquecito tras los amplios ventanales, grandes árboles que con la lluvia me hacían sentir el dulce olor de la tierra mojada, entonces creía ser parte de una secreta revelación dada a unos pocos ‘malditos’. Qué lejos estaba del galope avasallante, del ritmo invisible, buscando la vastedad que dejan los silencios, reincidente en la palabra hablada y escrita, con mis versos, con mis libros: Los ríos de la ira (Caracas, La Espada Rota, 1987); El hacha de los santos (Caracas, 1992-1993, Dirección de Cultura de la UCV); Príncipe de lluvia y duelo (Cumaná, Dirección de Cultura del Estado Sucre Casa Ramos Sucre, 1992); Al Fatah (México, Ministerio de Educación, Toluca de Lerdo, 1994); Angel caído angel (Caracas, Centauro Editores, 1994-1999), poemarios elogiados hasta el año 1998 por los mismos ‘críticos literarios’ que hoy piden su quema en las plazas públicas; de todos modos ahora llevado en ellos a reconocerme en la fe del carbonero, ese aquel que cava poco a poco debajo de la línea de la locomotora y que algún día como los topos, al salir al flote no se deja cegar por la luz.